Hábitos


¿Y a qué nos referimos con “hábitos”? 

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Como sabemos, todos llevamos a cabo una gran cantidad de rutinas a lo largo del día: cepillarnos los dientes, vestirnos una vez nos levantamos, ir caminando a la facultad por una ruta habitual (en el caso de lo que no vivan muy lejos) etc. Muchas nos permiten realizar acciones de forma automática, evitando sobrecargar el cerebro (Imaginaros que tuviéramos que estar pensando cada paso que damos al caminar, cada pasada de dientes con el cepillo…) Algunas como salir a correr, nadar… son incluso beneficiosas y contribuyen a mantenernos sanos. Y bueno, otras no tanto (uso excesivo de videojuegos, comer compulsivamente, fumar…).

Los hábitos pertenecen al denominado y amplio espectro de la conducta humana. Dentro de este espectro hallamos aquellos comportamientos que podemos realizar con suficiente automatismo como para dejar tiempo para otros objetivos. Otros en cambio, requieren la dedicación de tiempo y energía: estudiar, tocar un instrumento como puede ser el violín…Ahora bien, una persona que se ha habituado a tocar, que le ha dedicado horas de práctica y que posee la técnica adecuada, no tendrá que pensar cada vez que mueve el arco como sucede en un principiante. ¿Cómo se pasa entonces de un tipo de comportamiento a otro, o lo que es lo mismo? ¿Cómo se forman los hábitos?

Pues bien, la formación de hábitos, un proceso que comienza ya en la infancia, tiene lugar de modo espontáneo, a medida que vamos explorando el medio físico y social, así como nuestro mundo interno, ponemos a prueba las conductas en situaciones específicas, descubrimos cuáles nos resultan beneficiosas y no demasiado complicadas, las seleccionamos y éstas pasan ya a formar parte de nuestra rutina. Sin embargo, esto tiene un inconveniente, y es que cuanto más rutinaria se vuelve una conducta, menos conscientes de ella nos volvemos. De ahí que no sea de extrañar que los hábitos podrían compartir rasgos comunes con las adicciones. Ej. Las compras compulsivas, apuestas en internet, uso del teléfono a todas horas, el consumo de cigarrillos, de alcohol… antiguas acciones que antes hacíamos de forma plenamente consciente y deliberada y que ahora se  han convertido en conductas repetitivas, impulsivas y que por norma general, tienden a perdurar en el tiempo (como todos sabemos, una persona que fume no puede dejar el cigarrillo de un día para otro).

En el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) se realizó un estudio para descubrir que vías cerebrales estaban involucradas. Para ello, previamente sería necesario saber si efectivamente, una conducta corresponde a un hábito, y un psicólogo británico, Anthony Dickinson, desarrolló un test en los años 80. A partir de este test, algunos investigadores han demostrado que a medida que una acción deliberada se convierte en un hábito, se modifican diferentes circuitos cerebrales. Circuitos que conectan la que es considerada la parte más avanzada de nuestro cerebro: la neocorteza, con el estriado, en centro de los ganglios basales, núcleo del cerebro y de un origen más primitivo.

El experimento llevado a cabo en el MIT consistió en medir la actividad en las neuronas del estriado (circuito asociado a los comportamientos automáticos) a la par que las ratas  aprendían a asociar un sonido con una recompensa. Los animales debían aprender a recorrer un laberinto en T, y en función de la instrucción sonora, girar a la derecha o a la izquierda para conseguir una chocolatina.

Al inicio del experimento, cuando las ratas estaban aprendiendo a atravesar el laberinto, la actividad neuronal en el estriado era muy alta, como si cada paso que dieran fuera importante. Según iban aprendiendo, por medio de señales sonoras que les indicaban que dirección seguir, que recorrido hacer para alcanzar chocolatina, las neuronas del estriado aprendían también.

Una vez que las ratas podían reconocer a la perfección las señales sonoras, las neuronas implicadas en el proceso del recorrido se activaban notablemente al inicio y al final de éste, y disminuía cuando las ratas recorrían el resto del laberinto, como si el conocimiento se hubiese centrado únicamente en hallar la recompensa, una vez que el camino hasta ella ya había sido archivado en la memoria, lo que implicaría que las células del estriado se limitarían a identificar el inicio y final de cada recorrido.


Sin embargo, también se ha identificado un circuito de deliberación en el q interviene otra parte del cerebro que se activa cuando la acción no se lleva a cabo de forma automática sino que exige tomar una decisión, que estaría más ligada a la región infralímbica de nuestro cerebro.
Para comprender esta interacción entre circuitos deliberación y de hábitos, se registró la actividad en ambos circuitos de forma simultánea y los resultados fueron sorprendentes: Aunque al comenzar el aprendizaje se observó una estimulación inicial y final en la zona para los hábitos del estriado, en la corteza infralímbica apenas se notaron cambios.

 Para comprobar si la infralímbica controlaba de forma directa la expresión de un hábito se acudió a una técnica relativamente nueva llamada optogenética, consistente en introducir moléculas fotosensibles en una minúscula región del cerebro y más tarde hacer incidir luz sobre ella para activar o desactivar sus neuronas. Pues bien, esta técnica fue empleada con ratas q ya habían adquirido un hábito y el resultado fue que se consiguió suprimir el hábito por completo. Las ratas no dejaron de correr por el laberinto, sólo dejaron de hacerlo hacia el lugar donde se encontraba la recompensa devaluada.

En un segundo experimento se entrenó lo suficiente a las ratas como para que eligieran el lado correcto de la T, pero no lo suficiente como para que se arraigara un hábito. Luego se continuó con el entrenamiento, pero durante cada ensayo se acudió a la optogenética para inhibir la neocorteza: las ratas nunca llegaron a desarrollar el hábito. Mientras, otro grupo de ratas control que habían sido entrenadas de la misma forma, pero sin ser sometidas a la optogenética efectivamente adquirieron el hábito.

No es de sorprender que los hábitos sean tan difíciles de eliminar, pues como evidencian estos resultados, acaban por “reconfigurar” literalmente los circuitos de nuestro cerebro. Sin embargo, es difícil  pensar que aunque los hábitos parezcan automáticos están en realidad bajo la continua supervisión de la neocorteza, que deberá permanecer activa para que la rutina se efectúe.


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