Crítica al reduccionismo neural
Crítica al reduccionismo neural, un paradigma habitual en nuestros días (by Hugo Martínez)
La
gran mayoría de los neurocientíficos actuales profesa con orgullo haberse
librado del dualismo para adoptar una posición monista-materialista según la
cual todo se reduciría a materia física. El planteamiento aquí es tan simple y tan
con concreto como que lo único existente es la “materia física”, en nuestro
caso, el cerebro, por lo tanto, mente y cerebro serían lo mismo, sin existir nada
que vaya más allá de lo que sucede neurofisiológicamente, y por ello,
concibiendo que todo proceso subjetivo sería explicable por lo que sucede a
este nivel. Una postura fisicalista, reduccionista, según la cual, la conducta
sería concebida como variable dependiente, en la medida en que estaría causada
por un cerebro (variable independiente).
Y
es así, que numerosos neurocientíficos se dedican a investigar donde se sitúa
el “yo” en el cerebro como si el “yo” fuese algo ahistórico y absoluto, o a buscar
los principios que rigen a la lectura o a la escritura explorando el cerebro. Pero
del cerebro no se puede deducir el aprendizaje de la escritura, en la medida
que el propio invento de la escritura es posterior al diseño evolutivo del
cerebro. La escritura data de hace únicamente 6.000 años, y concretamente, la alfabética
de poco más de 2.000. Mientras tanto, se cree que la estructura anatómica del
cerebro es la misma desde hace 40.000 años o quizá incluso 150.000 años, con la
aparición del Homo Sapiens en África
oriental. Y es que, si queremos entender los principios que rigen el
aprendizaje de la lectura, de la escritura, o del lenguaje, en general, no
podemos sino, echar la vista a las condiciones históricas del ser humano, esto
es, en la cultura que se ha movido y se mueve.
Alternativas
al monismo: una vacuna contra soluciones absurdas
Teorías
como la del psicólogo canadiense Merlin Donald, en su obra “Origins of the modern
mind” (1991), proponen que la mente humana moderna, evolucionó de la mente
primate a través de una serie de adaptaciones mayores, cada una de las cuales,
llevó al surgimiento de un nuevo
sistema representacional, de modo que podríamos distinguir tres transiciones en
la historia sociocultural del ser humano: de la cultura episódica a la
mimética, de la mimética a la mítica, y de la mítica a la teórica (Donald, M.,
1993).
Dirá
Donald, que mientras que la cultura episódica circunscribe la vida al presente,
como es el caso de los prehomínidos, la cultura mimética establece el marco de
la cultura humana (fuego, uso de herramientas…) (primera transición). La
segunda transición sería la de la cultura mimética a la mítica, representando
el mito el mayor logro simbólico; con la tercera transición llegaríamos a la
cultura teórica (se supone, la actual), para incluir ya un pensamiento
analítico caracterizado por el razonamiento deductivo, inductivo, la
elaboración de taxonomías sistemáticas… y que supone la invención de la
escritura.
Y
dice el autor:
Lo importante es que esta última
transición, de la cultura mítica a la teórica, fue diferente a las dos
anteriores, en su hardware: mientras que las dos primeras dependieron de
un hardware biológico, concretamente, de cambios en el sistema nervioso,
la tercera transición dependería de un cambio equivalente en un hardware tecnológico,
de una “memoria externa”, esto es, de los sistemas culturales, de la escritura.
Origin of the modern mind p. 274
De la teoría de Donald podríamos ya extraer fácilmente una de las primeras críticas al cerebrocentrismo imperante en nuestros días: el cerebro humano de la cultura mítica y el de la teórica sería el mismo. ¿Cómo encontrar en el cerebro los principios que rigen el aprendizaje de la escritura si el hallazgo mismo de la escritura es mucho más reciente que la estructura actual del cerebro? O lo que es aún más sorprendente ¿Cómo intentar, siquiera, encontrar el área cerebral que rige al “yo”, o intentar deducir de la exploración de la morfología cerebral, la personalidad, cuando el propio concepto personalidad implica de por sí construcción social, y dicha construcción social implica de por sí historicidad?
La postura en la que se sitúa este
autor (aunque no la mencione explícitamente) se denomina emergentismo, según la cual, la conciencia nacería en un
determinado momento de la evolución gracias a complicaciones del sistema
nervioso (a cambios en el hardware), que servirían para la adaptación.
Se trataría, por tanto, de un monismo de sustancia y un dualismo de propiedad,
en la medida de que darían cuenta de una realidad material-orgánica con sus
propiedades materiales, desde donde emergería al mismo tiempo la mente como
propiedad emergente del cerebro. Una solución a la que suelen acudir los
autores de tendencia neodarwinista para darle un espacio privilegiado a los
seres humanos en el reino de la acción consciente, libre y moral, salvándonos
del mecanicismo en el que caerían el resto de los organismos (lo extraño es que
hayan podido adaptarse en un medio cambiante).
Nosotros la consideramos una mala
solución, simplona, por así decirlo, que deja sin explicar cómo de la materia orgánica
pudo “emerger” de la nada una segunda realidad (la conciencia).
Es así que nos preguntamos, aunque
las dos primeras transiciones supusieran cambios cerebrales estructurales ¿no
serían dichos cambios producto de la propia acción de los organismos? ¿Acaso
deberíamos esperar millones y millones de años, a que milagrosamente nuestro
genoma sufriera las mutaciones adecuadas, que dieran lugar a un cerebro
“creador” pleno, en el sentido de que de él proviniera, sin más, nuestro
conocimiento? ¿O no será más bien que el propio comportamiento de los organismos,
entendidos cada uno de ellos como un todo, como una unidad en relación
dialéctica con su medio, supuso el motor evolutivo que seleccionó las
mutaciones más aptas que dieron lugar a nuestro actual cerebro? Porque las dos
posturas son radicalmente opuestas: en una el cerebro sería productor de
inteligencia mientras que en la otra sería producto de ella. Y esto es
importante, porque queremos dejar ver que tras un reduccionismo neural habrá
siempre un reduccionismo geneticista: cerebro creador sí, pero a su vez creado
por combinaciones aleatorias de genes.
Pluralismo como solución al
monismo y al dualismo:
Nosotros optamos por considerar al
cerebro como producto (como correlato), y no como creador. Optamos por rechazar
al monismo materialista que profesa la neurociencia, a tenor de escapar del
dualismo que erróneamente cree superar, pero del que no escapa nunca en la
medida que sitúa a una parte del organismo (cerebro) como causante de su acción
global (falacia mereológica), cayendo en el “teatro cartesiano” del cerebro, en
cuyo interior parecería que diminutos personajes, dentro de todos nosotros, nos
dirigiesen (falacia homunculista).
La solución al dualismo
(existencia de dos sustancias) no es reducirlo todo a una sustancia (monismo)
como muchos creen, y han creído, dando a entender que no han sabido aprender de
los errores de los presocráticos. El monismo, sea del tipo que sea acaba por
conducir inevitablemente al dualismo, aun cuando precisamente se recurre al
primero para salvarse del segundo.
La solución, argumentamos
nosotros, no es intentar reducir todo lo existente a una sola realidad
material, sino ampliar el concepto de lo real desde una ontología pluralista, que postule la existencia de una materia
general sí, pero plural, que tome al sujeto gnoseológico como principal valedor
de su posibilidad. Y es desde este punto de partida, donde podemos afirmar que
ni lo psicológico puede reducirse a lo físico (reduccionismo fisicalista,
biologicista, en nuestro caso) pero también, y aunque no sea el grueso de
nuestro trabajo, todo pueda ser reducido a lo psicológico (si no quisiéramos terminar
hablando de un reduccionismo psicologicista).
Lo físico, en nuestro caso, el
cerebro, y lo psicológico, mantienen una relación compleja, una relación
dialéctica, y no de interacción, como se podría tender a decir, como
dando por hecho que cerebro y conducta preexistieran por separado. Como
decimos, se trataría de un entramado, de una relación dialéctica, que en el
caso del cerebro sería posible gracias a la neuroplasticidad, citando aquí
teorías como la de West-Eberhard en su obra “Developmental plasticity and
evolution” (2003).
Es así que optamos por concebir al
organismo como un todo, que efectivamente posee un cerebro (sin el cual, claro
está, no puede vivir) pero tomándolo como lo que es, como un órgano más. El
cerebro no se auto-organiza, y su estructura no es previa a la acción, si no
posterior: se organiza a través de la acción y está al servicio de la acción.
Me ha encantado, enhorabuena!
ResponderEliminarGracias Fran!
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