El test de la golosina ("The Marshmallow Test")
Hola a todos! En esta entrada voy a hablaros del test de la golosina, habitualmente conocido por su nombre original, en inglés, The Marshmallow Test.
La realidad es, que durante mucho tiempo, la
fuerza de voluntad había quedado excluida de la investigación científica rigurosa,
hasta que Michel creó un método para estudiarla, “el test de la golosina”; a
través del cual, demostró su importancia en el comportamiento adaptativo y
analizó los procesos psicológicos que la hacen posible. La importancia de estos
estudios proviene del deseo que todos tenemos de tener más fuerza de voluntad
con menos esfuerzo, desde los hijos hasta los padres, así como, por el papel
fundamental del autocontrol para alcanzar metas realistas a largo plazo,
desarrollar la autoconcepción y la empatía, esta última de gran importancia
para tener unas relaciones interpersonales satisfactorias. Es más, este
autocontrol permite a las personas en edades tempranas evitar caer en caminos
fáciles como abandonar la escuela o desentenderse de las consecuencias de sus
actos.
Esta capacidad para
demorar la gratificación ha sido un reto fundamental desde el principio de la
civilización. Su primera manifestación puede observarse en el mito del Edén, con
Adam y Eva, y ha sido objeto de atención de antiguos filósofos griegos bajo el
nombre de akrasia (falta de
autocontrol). Desde el principio, se consideró la fuerza de voluntad como un
rasgo inmutable, fijo, es decir, el sujeto la tiene o no la tiene
convirtiéndose en una víctima de su carga genética, de su biología, sin
embargo, como se verá más adelante, hoy en día, se defiende la idea de que esta
capacidad es modificable a través de diferentes estrategias cognitivas
específicas.
Este test suscitó en el
público general un gran interés. En 2006, David Brooks le dedicó una editorial
del New York Times. Tal fue el
impacto de éste, que el propio presidente de los EEUU, Barack Obama hizo
alusión al test en una entrevista, la cual se la estaba haciendo Brooks. El New Yorker destacó el test en una de sus
secciones de ciencia en 2009. Mientras tanto, programas, revistas y periódicos
de todo el mundo han descrito la investigación e incluso se han llegado a hacer
símiles entre el comportamiento impulsivo de los niños y el Monstruo de las
Galletas, de Barrio Sésamo.
Un ejemplo claro de la
penetración de esta investigación en la población, es el hecho de ver niños en
Nueva York con camisetas con eslóganes tales como “he superado el test de la
golosina” o “no comas las golosinas”. Todo este gran interés por este test, ha
ido unido a la proliferación de la información científica de cómo retrasar la
satisfacción y favorecer el autocontrol, tanto de un punto de vista psicológico
como biológico.
Toda la investigación
surgida a partir del “test de la golosina”, ha influido en los planes de
estudios de muchos colegios, desde los privados hasta los inmersos en la
pobreza más absoluta. Compañías inversoras lo utilizan para conseguir que la
gente se haga planes de pensiones e, incluso, la imagen de una golosina se ha
convertido en una excusa para iniciar una discusión sobre la demora de las gratificaciones,
lo que es una muestra más de la gran repercusión que ha conseguido el test de
Mischel.
Varios años
después de los primeros experimentos con las golosinas, se empezó a considerar
cierta relación entre el comportamiento de los niños de los experimentos y su
forma de vida posterior. Se observó, en un estudio longitudinal, que aquellos
niños que esperaban más en el test de la golosina eran considerados, varios
años más tarde, como adolescentes que mostraban más autocontrol ante
situaciones frustrantes; se cedían menos a las tentaciones; se distraían menos
cuando trataban de concentrarse; eran más inteligentes, independientes y
seguros de sí mismos, y, además, confiaban en sus juicios. Siendo menos
probable que se pusieron nerviosos, se volvieran desorganizados o recayeran
comportamientos inmaduros. Se mostraba a su vez, que eran previsores y
planeaban más las cosas y cuando estaban motivados eran más capaces de
perseguir sus metas. En suma, eran lo contrario al adolescente problemático,
difícil. Incluso, algunos
estudios afirman que una prematura habilidad para demorar la gratificación parece
amortiguar el desarrollo de una variedad de vulnerabilidades que puede dar
lugar a un trastorno límite de la
personalidad, más conocido en inglés como borderline personality disorder. Por otro lado, el
test permitía predecir que los niños que lo hubieran superado sin ningún
problema, provocarían menos agresiones físicas y verbales y tendrían una mayor
autoestima.
A la vista de todo esto, debe dejarse claro que el autocontrol no es una capacidad
que vaya surgiendo de forma espontánea con el transcurso de los años. Tampoco
que sea una aptitud biológica que se posea o no se posea, es decir, que no se
trataría de una cuestión categórica, sino de grado, de forma que podría ser
visto como un continuo en el que las personas nos iríamos diferenciando, y en
el que, como no, es innegable la importancia que la carga genética puede tener,
así como también lo es la importancia de las primeras experiencias infantiles,
la relación con los progenitores, de sus métodos de enseñanza y del apego
mantenido con estos, que posibilita que depositemos la confianza necesaria en
otros, para que posteriormente pueda ya desarrollarse la confianza en uno mismo.
Del mismo modo que una disciplina adecuada (que no por ello excesivamente
estricta) implicaría el control necesario ejercido por parte de los otros, para
que posteriormente ya seamos nosotros quienes podamos controlar y postergar nuestros
propios deseos. Y es que no puede olvidarse que, temporalmente hablando, antes
del autocontrol siempre va el control externo y activo, ejercido por parte de
los progenitores. No podríamos ser capaces de demorar las gratificaciones si no
fuese algo que previamente se nos hubiese exigido y enseñado.
Muy interesante
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